sábado, 3 de julio de 2010

Día 15: Victorias

Dolorido. Así está Giorgio Mamani, el último futbolista combativo. Se quedó no sólo sin Mundial. Sino también sin anti-Mundial: porque los alemanes del Partido Verde lo hicieron un juicio sumario y lo expulsaron del foro antiglobalización.

Cabizbajo y refunfuñante, salió del estadio y encaró por las calles laterales.

“El problema táctico de Maradona no fue el mediocampo sino sus falta de puntos medios: el equilibrio, la armonía, la mesura nos son imposibles”, se dijo Mamani así mismo, con tono de autocrítica, sabiendo que comparte el gusto por los excesos, el estilo barroco, la pasión desaforada.

"Lo sé. Siempre nos jugamos enteros", lamentó con la certeza de los que no saben hacer otra cosa.

“Esa frase de Maradona sobre la primacía de la superioridades individuales sobre el trabajo grupal nos representa a todos”, se confiesó Mamani asumiendo esa imposibilidad, tan argentina y tan napolitana, de poder conjugar los potenciales individuales con una tarea colectiva.

“Está bien jugársela con una corazonada. Pero también hay que oír a los demás”, le reprocha a Maradona y se lo reprocha a él mismo.

“Por eso, no grité los goles holandeses contra Brasil: ahora la causa latinoamericana se nos va al carajo”, gritó mirando al cielo.

Mientras camina por Ciudad del Cabo, en el extremo último de África, siente el peso de todas sus derrotas encima. Asimismo, también siente sobre sus espaldas el peso de ese continente negro, la patria de la humanidad entera y todas sus infamias.

Ensimismado y taciturno, Mamani entró en un bar de mala muerte y pidió una cerveza. Mientras disfrutaba de esa paz ambarina, un negro le tocó un hombro.

“Usted es Mamani”, preguntó un anciano erosionado por las injusticias de África. “Yo soy Friman”, explicó el señor en un español arcaico, intentando recordar una lengua que creía olvidada.

Mamani lo miró con ojos paranoicos.

- "¿Quién es usted?"– lanzó asombrado.

- "Mamani, lo conozco desde hace mucho tiempo"– explicó el anciano con una sonrisa sin dientes.

- "¿Quién es usted?" – volvió a inquirir aún más paranoico.

- "Soy este chico" – respondió el anciano mostrando una foto tan amarillenta como la cerveza.

Mamani se quedó azorado: era una foto del Che Guevara en su misión en Angola y en sus brazos tenía a un niño.

-"Por eso, hablo en español: lo aprendí con ustedes, con los argentinos y los cubanos. Ustedes nos pasaron sus ideas revolucionarias"– garabateó el viejo.

Fue entonces cuando Mamani se partió en un llanto y el viejo atinó a darle una palmada en el hombro.

- "No, llore. Mamani, no llore" – insistió el viejo.

- "Mamani, mire todo lo que se avanzó desde entonces"- dijo el negro.

- "Le estamos muy agradecidos a ustedes" –repitió Friman, con el peso de la historia.

-"Mire, mire, todo lo que hemos avanzado. Las derrotas, a veces, con el tiempo se convierten en victorias" –ensayó el hombre gastado por su africanidad.

Mamani siguió llorando.

-"Cuando el Che y su escuadrón de cubanos perdieron, todos pensamos que sería un fracaso. Pero sus ideas siguieron y muchos africanos quisieron imitarlo: unos años después, lograríamos la emancipación. Con Maradona y su escuadra argentina pasará lo mismo: serán muchos los que sigan su visión revolucionaría del futbol" –disparó el negro con certeza.

Por un insistente, Mamani pudo mirar todo con mejor perspectiva. Más calmado, volvió limpiar su amargura interior con un sorbo de cerveza.

-"El juego de la emancipación está iniciado" – prometió este anciano sin dientes, que supo estar en brazos del Che Guevara. Y sabe de derrotas y de victorias. Pero mucho más sabe por negro y por viejo.


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